El perro romántico y los iconoclastas
Entrevista al librero y lector R.B.
Entrevista al librero y lector R.B.
En una esquina oscura, portando gafas de grueso calibre, un joven de bigotes claros sostiene una taza de café en una actitud que, mirada con desconfianza, puede parecer de gratificante soberbia. Las sombras que se abalanzan sobre su rostro –a la manera de un presidiario- son las de cientos de libros agrupados en estantes que recortan el paso de la luz que entra al conocido café capitalino.
Acompañado de un teléfono y de un cuaderno de notas, escribe –con un promedio calculado de al menos 35 minutos por día- tres o cuatro frases con un lápiz de tinta roja, de esos que se encuentran a bajo costo en todas las librerías. Se creería que este encorvado ser se dedica en sus tiempos laborales no sólo a atender a los asiduos clientes, sino también a escribir la única y última novela del nuevo siglo. Pero cómo saberlo. Sin embargo, al terminar su horario presiona el pedal de su bicicleta, giran las cadenas y desaparece en su mal alimentado corcel metálico, desapareciendo como una página que se voltea y se abre al vacío.
Esta vez he logrado detenerlo. La cita estaba acordada a las 16:30 y llego con un leve atraso de quince minutos y un ligero hálito a alcohol. Lo saludo como de costumbre, sacándolo de su concentrada lectura. Ha cumplido su turno en el Café M. y junto a él, con una mirada afectuosa, su sustituto se rasca una imponente barba. Salimos del lugar, arreglamos unas deudas y caminamos hacia la primera taberna que nos ofrece la Alameda. En el camino se detiene ante un precario paño que separa unos cuantos libros del suelo; recoge dos, “La desobediencia civil” de Thoreau y “Modelo para amar” de Cortázar; hurga en su bolsillo, da la media vuelta y dice “gracias, jefe, estaba caliente por unos libros”.
Hablar con R.B. no es sólo hablar con un jóven librero, de esos que abundan, sino que es hablar de literatura. Aficionado a su labor y afecto al “mal de la lectura”, que poseen uno de cada cien jóvenes, se reconoce no sólo el rostro de un jovencillo de veinte años, sino que doblada en las solapas de su chaqueta, los más seis mil años de escritura. No ha publicado y no tiene el interés de cometer el viejo crímen. Hoy tan sólo hemos querido inmortalizar a uno, que como Borges, pasará a la memoria de un par bibliófilos como un gran lector.
- ¿Qué estás leyendo en estos momentos?
“Nada que posea importancia para el mundo. Soy un lector y eso no importa más que las erratas de un burgués. He estado indagando un poco en el muchacho Ovidio y en otros tantos que me cansa nombrar.
Hace unos días, eso sí, sufrí una conmoción leyendo “El que tiene sed” de Abelardo Castillo, un escritor argentino fabuloso, de esos que debieran de figurar en los escaparates. Trata de la bebida y la literatura, esas dos enfermedades que siempre han sido compañeras, pero más allá de eso salva por su buena prosa. Dentro del libro hay una frase espléndida que dice: “Si lo has dado todo, sabe que no has dado nada”.
- ¿Y cómo es todo esto de trabajar en una librería? Es una oportunidad increíble para un lector o para un dormilón, pero a la vez tiene ciertas responsabilidades.
“En estos últimos días me he reencantado con todo ese mundo. He vuelto al ejercicio de estudiar a los clientes, de entablar juegos y conversaciones, pero ahora lo he convertido en una labor. Son increíbles las ficciones y los personajes que puede encontrar uno adentro. Hace poco conocí a un cliente argentino, fanático de Tom Waits y con el que se puede hablar de todo, que estudió literatura en Buenos Aires y que denigra a Petrarca como ningún otro; me ha regalado dos Jack Daniels buenísimos que ya se los quisiera Churchill.
También hoy mandé a pedir un libro a Anagrama, que la sola referencia me dejó pasmado, pálido como un cadáver. Lleva por título “84, Charing Cross Road” de una tal Helene Hanff. Al parecer se trata de una escritora norteamericana que encarga por carta unos tomos a un librero inglés y todo termina en un gran plato de sexo, amor y dolor”.
En ese momento B. descarga un mazo de cartas sobre la mesa. Hemos pedido un pitcher de cerveza nacional y en el cenicero nos saludan un par de colillas. Le preguntó si hará algún truco de magia o algo por el estilo y me responde:
- “Llevé este mazo hoy al café. Cuando alguien iba a pagar me fijaba si su rostro mostraba ser el de una buena persona, entonces ponía las cartas frente a él y le decía que si adivinaban la carta que yo sacaba al azar, la cuenta corría por mi bolsillo”.
Reímos como sólo lo puede hacer la juventud y ante el término del partido de Football, que se presentaba en una televisión del fondo del bar –y ante la irrebatible derrota de Bombalet- cambié de tema y volvimos a lo nuestro.
-¿Qué piensas de lo que se escribe ahora en Chile?
“¡Bazofias! Hoy leía en el diario una entrevista que le hacían a la poetilla Paula Ilabaca acerca de una reedición de Zurita, y pura mierda, nada de sentido común. La muy patuda comienza diciendo: “No concibo una escritura que no sea desde el cuerpo”. ¿Qué es eso? ¿Acaso el Dante se proponía ese programa estético? Para nada, y ella es sólo un síntoma de una literatura que se cae a pedazos.
La literatura está llena hoy, como el football, de un montón de comentaristas o de perjenios que escriben desde la última teoría de moda. Lo que pasa es que le temen a la muerte y no se dan cuenta de que la escritura es un oficio peligroso, de que hay que cometer crímenes innegables antes de sentarse frente a un papel. Es gente cómoda y que gana premios, que figura en google, y desean más el dinero que la exigencia. Gente que se llena la boca con pura pirotecnia. “No concibo una escritura que no sea desde el cuerpo”: ¡Pirotecnia, juegos de luces! El desierto avanza en Paula Ilabaca.
Y ese es el enemigo de la literatura. Porque todos estos tramposos no se atreven a salir de su rancho, no piensan universalmente como los grandes escritores. No acometen una gran hazaña y se quedan en el comidillo de los cocktails o sobajeandose entre ellos e inflando sus nombres. No hay una ética de por medio, no se le toma el peso a la cosa, y eso Bolaño lo sabía, es cosa de leer su discurso en Venezuela en el Premio Herralde: “luchamos y pusimos toda nuestra generosidad en un ideal que hacía más de cincuenta años que estaba muerto, y algunos lo sabíamos, y cómo no lo íbamos a saber si habíamos leído a Trotski o éramos trotskistas, pero igual lo hicimos, porque fuimos estúpidos y generosos, como son los jóvenes, que todo lo entregan y no piden nada a cambio” .
Todos han creado sus pequeños negocios, no se la juegan ni por nadie ni por nada. Por eso todos odiaron a Bolaño, por que a lo más quiso ser un buen hombre. No merecemos a Bolaño, como él decía que no merecemos a Lihn, y hay que descabezar a unos cuantos monos. Espero que a todos esos tipejos les vaya bien, que sean exitosos, eso al menos nos da algo de esperanza”.
- ¿Pero crees que existe algún referente vivo en estos tiempos?
“Es una pena que haya muerto Bolaño, pero son los gajes del oficio. Roa es un tremendo poeta, pero no ha fundado nada, es un prólogo, o quizás un epitafio. Lo que pasa es que hay que pensar universalmente y, si existe alguien cuya vida merece ser mantenida es la de George Steiner, ése si que está escribiendo cosas inspiradoras. Mientras todos hoy se llenan la boca con la ausencia, el propone la presencia, de escribir como un sí, como si existiera un sentido. Leer a Steiner es volver a creer en plena crisis de la palabra. “Presencia Reales” o “Gramáticas de la creación” son verdaderos libros, eso si que es inteligencia, porque el tipo sabe de todo, desde música a escultura, y se pasea por todo el siglo XX de una bofetada. Se hecha al bolsillo a todo el estructuralismo y las nuevas teorías, a todo Bajtin, Derridá y Barthés de un paraguazo, por Knock out, con una claridad increíble, porque lo que él propone es una nueva forma de leer, un salto radical para occidente, salir del comentario y de la mesa de disección”.
- Es recuperar la fe en la palabra, en que aún se puede decir algo…
“Claro, y en algo más allá de ella. No creo que haya otro autor vivo tan lúcido como él, quizás el primer Bloom pero terminó rayándose con lo mismo que hemos estado hablando. A mi “Presencias reales” me salvó la vida, y creo que este tipo está forjando una vía difícil, pero interesante para la humanidad. Es verdad que uno se llena con el discurso de Celan y el extremismo de llevar el lenguaje hasta el silencio después de todo lo que ha pasado en el siglo XX, pero en cierta forma, en el fondo, sabemos que la literatura debe apuntar hacia la vida, debe hablar a la vida”.
En ese momento uno de los cocineros del lugar se levanta a limpiar con un paño roñoso uno de los ventanales. B. se detiene y me dice “si esto solamente fuera la vida, sin duda merecería ser vivida”. Frente a esa imagen, las cartas sobre el libro de Thoreau, toma del otro lado de la mesa una edición de las Elegías de Propercio y continúa:
- “Últimamente estoy abismado con los latinos. Me desprecio por haberlos subvalorado. Imagínate ese Siglo de Oro con Virgilio, Horacio y Ovidio, todos juntos en una misma ciudad, escribiendo esos tremendos poemas. Ellos si que tenían fe en la palabra, en el discurso, en que el poema les sobreviviría mil años más allá de la muerte. Propercio y Catulo sabían que si una minita se ensañaba contra ellos la inmortalizarían con un desprecio del que gozaría un muchachillo dos mil años después.
El pillo de Ovidio quema toda su obra, pero sabiendo que está en todas las bibliotecas del Imperio, eso es notable, y no necesitó de un Max Brod que sacara sus inéditos de debajo del colchón. Ellos inventaron todo o casi todo, que es lo mismo. Imagínate la línea: Propercio, Ovidio, Arnaut Daniel, Dante, Pound y Eliot. Es formidable y es porque en ellos existía no sólo un ideal de grandeza, una soberbia, sino porque sabían que lo que escribían era tan grandioso como el imperio en el que arrastraban sus sandalias”.
- ¿Y cómo crees que será tu generación literaria, la que vendrá? ¿Cómo te la imaginas y bajo que ideas estarían reunidos?
- “Me interesa el concepto de generación. El otro día con el argentino comentábamos que hay muchos que han tardado demasiado en morir, y eso podría parecer injusto, y todos sabemos que son los del treinta, pero es una molestia. Creo que no hay generación literaria en Chile desde Lihn y Teillier, esa es quizá la última y más significativa. Los otros son casos aislados, no hay fraternidad, sino individualidades interesantes o mafias o sectas. Lo de Bolaño es aparte, es una generación, pero no propiamente chilena, y todos esos tipos, como he dicho, se mataron por un ideal, y terminaron con grandes obra, muertos en la guerrilla o en oscuros ministerios haciendo la parodia del artista.
Nosotros tenemos la suerte de ser latinoamericanos, aquí todo está comenzando y hay que aprovechar que no todos se apasionan por esto, y en ello hay una precariedad interesante. Lo que yo veo, en quienes me rodean, en los que podría considerar mi patria, es decir mis amigos, es primero que todo un código de lealtad, o al menos el aspecto de unos tipos honorable. No han publicado nada, pero noto algo diferente, y más allá de todo son grandes lectores y no se abanderizan por nada superfluo. Lo que debemos tener siempre presente es que exista un sueño, por muy inocente y estúpido que pueda parecer esto para el mundo que nos tocó vivir. Esta sola actitud contrasta con todo el comidillo de escribidores que hay. Y por esto hay que ponerse al frente enemigos grandes y me refiero a nombres como Heidegger o Benjamín, que son tipos enormes pero a los que hay que torcerles la mano”.
- ¿Y qué se necesita para ello? Porque todo esto puede parecer demasiado idílico.
- “Tener a Cioran y los surrealistas al mismo lado de la almohada. Crear un gran fracaso. Tomar la literatura como un fusil, vivir la vida y los libros a concho, y saber que tenemos todo la cobardía y la falta de condiciones. Crear una biografía de verdad y no de pasillos. Leer a Homero, Safo, Virgilio, Bertrand de Born, Santo Tomás de Aquino, Joyce, Spinoza, Wittensgein, Desnos, Rimbaud, Hugo, Breton, Ungaretti, Neruda, Mistral, Parra, y tantos nombres, y otros tantos más. Disfrutar este juego. Salir con un traje delirante a la calle, y saber que leer es una herida que siempre está abierta, y eso noto, que todos hemos tenido la suerte de conocernos y sabernos dolidos y curiosos de la vida”.
Al terminar estas palabras la gente del antro en el que estamos sentados –y que él me dice que le recuerdan los cuadros de Hopper- se levanta en un solo grito. “¡Gol!” se escucha por todas partes, un estruendo maravilloso. También lo celebramos y nos llevamos el último concho de cerveza a los labios. Me recomienda que lea “Ferdydurke” de Witold Wombrowickz, al tiempo que me cuenta de un sueño que tuvo con Carson McCulers y Patti Smith. “Panero no está loco, y tampoco podría fingirlo. Bioy quería ser Borges, e imagínate al calvo cuarentón de Verlaine adorando al pendejo Rimbaud. Ahí está lo hermoso, en los grandes fracasos”, me dice. Nos damos un apretón de manos y salimos a la calle. Me mira, luego de esta larga conversación y me dirige sus últimas palabras: “¿Por qué somos tan anacrónicos, por culpa de quién? Todos celebran un gol y nosotros hablando de Trotsky”.
1 comentario:
Interesante charla... estoy de acuerdo con lo referente a Steiner, él es una piedra de tope llena de sentido.
saludos
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